En el día de mi cumpleaños, mientras reflexionaba sobre el año que había pasado, me encontré pensando en cómo muchas personas parecían evitarme. Aunque había esperado recibir saludos y buenos deseos, me di cuenta de que algunos simplemente parecían no querer acercarse. Y entendí que esto se debía a cómo me percibían, especialmente en términos de mi apariencia física.
A lo largo de los años, había sido consciente de que no encajaba en los estándares convencionales de belleza. Mis rasgos podían no ser considerados atractivos según la sociedad. Las miradas de reojo y los comentarios disimulados me habían dejado claro que mi apariencia no era bien recibida por todos.
En este día especial, mientras soplaba las velas de mi pastel, me golpeó la realidad de que nadie, hasta ahora, parecía haber apreciado verda deramente mi apariencia. No había recibido ningún cumplido genuino sobre mi aspecto, ninguna muestra de admiración por quién era realmente.
Sin embargo, en medio de esta reflexión, también me di cuenta de algo más profundo. A pesar de la falta de reconocimiento externo, había un tipo de belleza que trascendía lo superficial. Era la belleza que yacía en mi interior: mi bondad, mi compasión, mi sentido del humor. Esa era la verdadera esencia de quien era yo, más allá de cualquier juicio basado en la apariencia física.
Entonces, en lugar de sentirme desanimada por la falta de reconocimiento, decidí abrazar la verdad más profunda sobre mí misma. Decidí que no dejaría que la percepción externa dictara mi valor o mi felicidad en este día tan especial.
En vez de eso, elegí celebrar todas las cualidades que me hacían única y especial. Reconocí que la verdadera belleza no se limita a lo que se ve a simple vista, sino que reside en la autenticidad y la bondad que uno lleva consigo.
En mi cumpleaños, me comprometí a recordar siempre que la verdadera belleza no se mide por estándares externos, sino por la luz que brilla desde adentro. Y aunque muchas personas podrían seguir evitándome debido a cómo me perciben, sabía que aquellos que realmente me conocían valorarían la belleza única que yacía en mi corazón.