Las llamas de las velas titilaban sobre el pastel, iluminando la habitación con destellos de esperanza. Sin embargo, en medio de la festividad, había un espectador solitario: un perro, con ojos llenos de anhelo. Observaba con atención, buscando señales de alegría, pero solo encontraba silencio. La ausencia de felicitaciones de cumpleaños pesaba sobre él como una losa, dejándolo con un vacío en el corazón y su espíritu leal momentáneamente apagado.
Cada parpadeo de las llamas alimentaba su esperanza, pero cada segundo sin una palabra de celebración lo sumía más en la tristeza. Se preguntaba por qué estaba excluido de la alegría que parecía rodear a los demás. ¿Acaso no merecía también ser parte de esa felicidad?
A pesar de su soledad momentánea, el perro mantenía la esperanza en su corazón. Sabía que, aunque las felicitaciones de cumpleaños pudieran ser escasas, su lealtad y amor incondicional seguían intactos. Y con esa certeza, esperaba pacientemente el momento en que su espíritu brillaría nuevamente con la luz de la celebración.